Químicamente, el gas sarín, un neurotóxico, está clasificado entre los organofosforados, es decir, componentes químicos que se suelen usar como plaguicidas artificiales. Sin embargo, en este caso en particular, está prohibido debido a su altísimo nivel de toxicidad.

Fue descubierto en 1938, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, por químicos alemanes de la firma IG Farben mientras trabajaban en busca de nuevos pesticidas. Inodoro e invisible, al ser liberado, ataca directamente el sistema nervioso central, que es el que regula todas las actividades vitales del cuerpo humano. La dosis letal para un adulto es de medio miligramo.

«Lo que hace el sarín es atacar la enzima que regula la producción de acetilcolina, compuesto químico que, por decirlo de alguna forma, ‘enciende’ y apaga’ nuestras funciones vitales. Al exponerse a este gas, el cuerpo sigue produciendo acetilcolina en exceso, lo que genera que todas las funciones vitales del cuerpo comiencen a trabajar sin descanso ni regulación alguna», explica Javier Rodríguez, médico magíster en Toxicología de la Universidad Nacional.

Eso significa, en palabras del experto, que los músculos no dejan de contraerse, todo el cuerpo tiembla, hay calambres, el corazón sufre arritmia, no se puede controlar la micción ni la defecación, los pulmones se llenan de agua y aparece «una serie de complicaciones que pueden terminar en un paro cardiorrespiratorio o en convulsiones sin cesar hasta producir daño cerebral». Todo esto, en cuestión de minutos.

Los síntomas de la exposición a este químico son el aumento de las secreciones del cuerpo por boca y nariz y sudoración excesiva. «Una de las características de que el cuerpo fue expuesto al sarín es que la pupila del afectado se contrae mucho, queda muy pequeña y, de acuerdo a la exposición, ocasiona la muerte en muy poco tiempo», añade Myriam Gutiérrez de Salazar, magíster en toxicología y consultora de la FAO de las Naciones Unidas.

Y si la persona no muere, puede quedar con repercusiones en su salud durante toda la vida. Como explica Rodríguez, de acuerdo a la cantidad a la que haya sido expuesta, la persona puede quedar en coma permanente con daño cerebral, presentar problemas cardíacos a futuro y, si el cerebro estuvo mucho tiempo sin oxígeno, desarrollar daños neurológicos similares a los que deja una trombosis cerebral.

Dada su peligrosidad, en países como Israel, debido a la constante amenaza que significa un eventual ataque con este tipo de arma química, se ha desarrollado un antídoto conocido como Atropina, que si se administra a tiempo puede salvar la vida de la persona y minimizar sus consecuencias.

«Si personal entrenado aplica este antídoto y a la persona se le da el tratamiento adecuado se puede salvar. Sin embargo, se debe actuar muy rápidamente y en pocos minutos. Y hay que tener en cuenta que es un gas de guerra, que ataca a muchas personas al mismo tiempo y eso complica el procedimiento», añade Myriam Gutiérrez.

Y si a eso se suma que es difícil de detectar, se puede usar en aerosol o disolver en agua, se entiende la alarma que se ha despertado en el mundo, más cuando Siria, en julio del año pasado, admitió que tiene en su poder armas químicas y que, según el Centro de Estudios sobre la No Proliferación del Instituto Monterrey de Estados Unidos, dispondría de «centenares de toneladas» de diversos agentes tóxicos.