La Oficina Regional de Ciencia de la UNESCO para América Latina y el Caribe se encuentra en Uruguay. En su oficina del Edificio MERCOSUR conversamos con Ernesto Fernández Polcuch, Especialista Principal del Programa de Política Científica y Fortalecimiento de Capacidades.
Ernesto Fernández tiene 42 años, es argentino, y hace tres años que reside en nuestro país, trabajando para la UNESCO, luego de haber estado en Canadá y Namibia. Es Analista en Computación, egresado de la facultad de Ciencias Exactas de la UBA y tiene una maestría en Ciencia, Tecnología y Sociedad.
Se ha dedicado a mirar la ciencia desde lo social, y con él conversamos acerca de la situación en la región de la investigación científica así como sus perspectivas y desafíos.
¿Cuánto hace que estás en la UNESCO?
Casi 12 años.
Antes de recalar acá, en la Oficina Regional para América Latina y el Caribe, anduviste por otros continentes.
Sí. Estuve en Canadá, en el Instituto de Estadística de la UNESCO, justamente en el Área de Estadística de la Ciencia, que fundamentalmente está pensada para generar datos e información útil para la toma de decisiones políticas. Luego de seis años y de poner en marcha el Programa de Estadística de la Ciencia, me trasladé a trabajar a Namibia, a realizar una experiencia completamente diferente. Estaba más vinculado a la gestión de recursos naturales. Ahí los temas centrales de política científica refieren al agua; la gestión de recursos hídricos y del ambiente, y también temas de política científica más estrictamente dicho. Yo era responsable de proyectos en Namibia, Angola, Suazilandia, Lesoto y Sudáfrica. Este último tiene grandes avances en materia de política científica, y los otros países necesitaban mucha ayuda.
¿Cuánto tiempo en Montevideo?
Ya hace tres años que estoy, como especialista regional, específicamente para política científica y tecnología en América Latina y el Caribe.
En Montevideo está la Oficina para toda América Latina.
Efectivamente. Para el área de Ciencia. La UNESCO tiene cinco áreas: ciencias naturales, ciencias sociales y humanas, educación, cultura y comunicación e información. La Oficina de Montevideo es la de Ciencias Naturales.
¿Cómo analizás el actual desarrollo de las políticas de ciencia y tecnología en la Región?
Estamos en un momento interesante de las políticas científicas. Ha crecido mucho el apoyo en la última década. Yo había estado fuera una década, y cuando volví encontré todo muy cambiado. Hay mucho más apoyo. Hay más conciencia de la importancia de la ciencia y la tecnología para el desarrollo de los países. Por ejemplo, no casualmente, Brasil, que tiene una posición de líder en la materia, en diez días estará acogiendo al Foro Mundial de la Ciencia. Es la primera vez que se hace fuera de Europa, específicamente de Hungría, que es donde nació. Esto muestra que Latinoamérica está teniendo una presencia internacional muy fuerte. En algunos países con mucha inversión; en otros, tal vez sea más moderada, pero se ven muchos movimientos en el área. Hay países donde se han creado ministerios de Ciencia y Tecnología, como el caso de Argentina; Brasil lo tiene hace tiempo. En otros países, la institucionalidad está en duda, como fue el caso de Chile, con el potencial cambio del CONICYT al Ministerio de Economía, que fue muy resistido por los científicos. Venezuela tiene un ministerio y Colombia le ha dado el rango de ministerio a COLCIENCIAS, que estaba a un nivel más bajo. Perú ha más que duplicado el presupuesto del CONCITEC en los últimos tres años.
Y en Uruguay ¿cómo andamos?
En la última década se creó la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), que le ha dado un impulso fuerte a la investigación científica. Se ha reforzado el papel del Programa de Desarrollo de Ciencias Básicas (PEDECIBA) y el rol de la Universidad de la República en llevar adelante la investigación. Esto habría que evaluarlo con más datos, pero creo que la ANII ha cumplido un rol muy importante en ordenar el sistema, fomentar ciertas conductas, como por ejemplo el establecimiento del Sistema Nacional de Investigadores, que es una herramienta muy útil. El funcionamiento de la ANII y estos años de gestión constituyeron también una inyección importante de recursos al sistema; algo parecido a lo que ocurre en otros países de la región. Es un buen momento. Uruguay tiene tres pilares, que a veces no son fáciles de coordinar: la Dirección de Ciencia, Tecnología e Innovación del MEC, que es la responsable de la política; la ANII, que es la responsable de la financiación y la Universidad de la República, que tiene un rol importantísimo, porque concentra la enorme mayoría de los investigadores. Es un sistema con tres pilares fuertes, donde es importante apoyar y fortalecer los vínculos entre ellos.
Hoy parecería que hay consenso en la necesidad del desarrollo científico – técnico, pero durante mucho tiempo estuvo sometido a tensiones ideológicas. Como que había una ciencia de izquierda y otra de derecha.
Me parece que esas son discusiones de los 70 que ya han pasado; son parte del recuerdo, las leemos en los libros. Lo que pasa es que durante la década del 90, en particular en América Latina, ocurrió que, aun cuando en algunos países había esfuerzos casi a nivel micro, de política científica, de desarrollo de la ciencia, el modelo macroeconómico no necesitaba de ella. El modelo de la apertura neoliberal tiene como correlato, en política científica, la idea de que lo que uno necesita lo compra; el conocimiento lo puede comprar. Estoy simplificando, pero básicamente la idea es que el conocimiento lo desarrolle otro -el norte- y los países del sur importamos el conocimiento que necesitamos y no más que eso. Creo que a partir de la caída del neoliberalismo como modelo hegemónico en América Latina, se recuperó esta vinculación entre lo que es el desarrollo del conocimiento en el país con las ideas y políticas neo desarrollistas. Pero también, esto vinculado con la idea de tener buena educación superior. Si queremos tener una buena educación terciaria, buenos profesionales, necesitamos tener investigación. No se los puede formar sin profesores que estén en la vanguardia del conocimiento. No tienen que ser todos premios Nobel, pero deben estar involucrados en la producción de conocimiento y al tanto de lo que ocurre en la ciencia. En la medida en que los gobiernos tienen claro eso, comienza a ponerse un nuevo énfasis en la ciencia y la tecnología.
El fenómeno de la globalización también está replanteando un montón de cosas ¿no?
Por supuesto. El tema ahí es si nos vemos como participantes activos o pasivos de ese proceso. Hay que entender que de la globalización se pueden sacar ventajas si se es activo; si uno genera sus propios conocimientos y sus propios nichos. Por ejemplo, acá en Uruguay está la industria de los videojuegos. Ahí el país juega un partido en la globalización. Lo mismo pasó cuando la crisis en la Argentina, con la mano de obra para el desarrollo de software. Primero fue por una diferencia de costo, pero con el tiempo se fue consolidando una industria exportadora. Lo mismo en el área biotecnológica, o lo que sucede en Brasil con los aviones, con EMBRAER. Días atrás me comentaba un colega que está en el centro de investigaciones de Petrobras, sobre el presupuesto anual destinado por la empresa a la investigación, que es el equivalente el presupuesto total de la UNESCO para dos años. Son cientos de millones de dólares por año. Eso es asumir un rol dentro de la globalización.
¿Tienen hechas estimaciones sobre cuánto tendría que destinar un país a la investigación y desarrollo respecto a su Producto Interno Bruto, o no hay una regla?
Creo que no hay recetas. Hay una meta clásica del mundo en desarrollo, que es el 1%. Una vez hice una investigación para averiguar de dónde salía ese 1%, porque es como un número fetiche. Ahora empieza a cambiar un poco, porque los países se acercan a ese 1%, y como la cosa no cambia tanto, comienzan a modificar ese valor. Ese 1% se remite a la Conferencia para el Desarrollo de Ciencia y Tecnología de Viena, de la década de 1970. Es algo que habría que revisar. También es cierto que ese número en sí, no garantiza nada. Europa se propuso llegar al 3%. Estados Unidos no tiene metas explícitas en ese sentido. La Unión Africana se comprometió a llegar a ese 1%. Esto es bueno, es un aliciente, porque a los tomadores de decisiones políticas les es más fácil trabajar sobre un dato que sobre una batería de indicadores. Sin embargo, nosotros lo que proponemos es mirar el panorama de una manera más holística. Supongamos que a un país le duplican el presupuesto para investigación y desarrollo. Hay que saber cómo se gasta ese dinero. Si queremos que ese dinero llegue a buen puerto, es necesario aumentar significativamente el número de investigadores. Ello implica tener graduados de la educación superior, doctorados; la línea de ello nos lleva casi a la escuela primaria. Se necesita educación en ciencias, gente con vocación y generar las vocaciones científicas. Se necesita que la escuela nos deje con algo de alfabetización científica; que el liceo contribuya; que la carrera científica sea digna, también en términos de salarios. Se está evolucionando en eso, pero son muchos pasos los que hay que dar para que tenga sentido el aumento del presupuesto.
En esa dirección, ¿percibís que haya estímulos para que los jóvenes se dediquen a la investigación científica?
Hace unas semanas estuve en la Feria Nacional de Clubes de Ciencia. Eso es algo fabuloso. Había cientos de niños de todos los Departamentos con un estímulo tremendo. No quiere decir que todos ellos -ni siquiera los ganadores- se propongan ser científicos. Pero es bueno. Actividades como los clubes de ciencia compiten por la atención del niño con el fútbol, la televisión, los modelos que transmiten muchos medios masivos acerca de qué es tener éxito en la vida. Si tener éxito en la vida es bailar semi desnudo por televisión…
Tenés más éxito así que siendo premio Nobel.
Si el mensaje es ese, estamos mal.
O patear una pelota.
También. Claro, eso lo llevamos más en la sangre, pero yo converso con mi hijo para que no mida su éxito en cuántos goles hizo una tarde. El éxito para el país, y para todos los países de la región, va a ser cambiar el modelo. Lo veíamos el otro día cuando entregábamos el premio para mujeres en la ciencia. Es importante plantear que los científicos y las científicas son gente normal, que le va bien en la vida, tienen familia; que tienen una profesión que les da muchas satisfacciones. Podés incluso tener momentos de fama, donde te sacan muchas fotos, pero después se vuelve al laboratorio a seguir trabajando. Es bueno mostrarle eso a los jóvenes; que el científico no es el loco que está encerrado en el laboratorio. Tampoco son los del Big Bang Theory -que es una serie que me encanta-, hay gente perfectamente normal. Es una profesión y se aporta a través de ella para el desarrollo del país.
Se habla de una creciente feminización de la ciencia. Ha habido un aumento del número de mujeres en la ciencia, que no mucho tiempo atrás no era algo común. Hay carreras universitarias donde notoriamente son mayoría las mujeres. Sin embargo, en los niveles de decisión, todavía no hay una presencia femenina acorde a su participación. ¿Es porque esa feminización es un fenómeno nuevo y aún no han llegado, o hay discriminación?
Una hipótesis puede ser eso, de que es una cuestión de tiempo; es una ola que viene y tarde o temprano va a llegar a todos los niveles. Pero hay pruebas -tenemos algunos trabajos sobre eso- respecto a que a las mujeres se les presentan más dificultades precisamente en el tema de balancear la vida privada y el trabajo. Las mujeres tienen que tener derecho a ser madres. Muchas veces, los instrumentos de política científica -las becas, por ejemplo- discriminan. Siempre recuerdo una anécdota que me contó una doctora, profesora de una universidad en Sudáfrica, que me decía: «si yo tengo dos candidatos para una beca, los dos igualmente buenos, uno varón y otra mujer, me conviene contratar al varón. Si tengo plata para una beca de dos años y la mujer se me embaraza en la mitad -así textual me lo dijo- pierdo un año. Ella no termina su beca, yo en mi curriculum no puedo poner que dirigí otro doctorado». Eso me lo dijo una mujer que participaba de un encuentro sobre mujeres en ciencia; alguien que estaba preocupada por ese tema.
¿Entonces?
Entonces hay que encontrar formas, desde la política científica, de nivelar el campo de juego. Fue un gran triunfo, por ejemplo en Argentina, cuando las becas incorporaron el seguro médico. Hay muchas cosas que a veces, en primera instancia, no se relacionan con los temas de género. Hay muchos instrumentos, de lo chico a lo grande. A veces, cuando somos jurado de un concurso y miramos el curriculum, por ejemplo decimos «¿qué pasó en estos dos años que no publicó nada?» Capaz que fue madre y estuvo cuidando a su bebé. Hay que adaptar también los criterios de evaluación. Hay muchas circunstancias. Por ahora existe una especie de «techo de cristal», que impide que más mujeres lleguen a cargos jerárquicos en la ciencia. Hay que romper muchos moldes culturales.
¿Qué desafíos se plantean a nivel de UNESCO?
En términos generales veo dos desafíos importantes. Uno tiene que ver con lo que veníamos hablando: apoyar a los países a desarrollar más sus sistemas científicos y tecnológicos. Eso tiene una contraparte, que es la otra gran preocupación: ¿cómo hacer para que la ciencia y el conocimiento científico apoyen el desarrollo del país? ¿Cómo unimos ciencia con desarrollo sostenible? Entonces, todo este vínculo entre ciencia y política debe estar basado en el conocimiento científico y riguroso, que ayude a la toma de decisiones en todos los ámbitos. Ese es un desafío de segundo nivel al que aspiramos poder contribuir en el mediano plazo. Entrevista publicada por UyPress