En la cónferencia de cierre del ciclo de los almuerzos organizados por ADM, el vicepresidente Danilo Astori, con la presencia del presidente de la República y varios ministros, realizó definiciones de fondo sobre los objetivos que debería proponerse el país para un futuro inmediato.
Texto completo.
Una vez más quiero expresar mi agradecimiento a ADM por su invitación y a todos ustedes por su presencia aquí. Es otra oportunidad especial para mí. La de cerrar un año que – además – tiene la peculiaridad de haber sido pródigo en temas de interés para la sociedad y de ser el año previo al electoral, durante cuyo transcurso no faltará el debate sobre ideas y propuestas. Ojalá sea así y en términos constructivos. Ojalá podamos acceder a la mejor información disponible, administrarla objetivamente y aportar fundamentos sólidos. Sobre esta base, permítanme hoy compartir con ustedes algunas breves reflexiones sobre el futuro.
Mencionar el futuro es poner en juego el tiempo y su transcurso. Respecto a este concepto también ha habido cambios importantes. ¿En qué otra época de la historia ha habido transformaciones relevantes a ritmos tan rápidos como en la actualidad ¿En qué otra época se modificaron con tanta velocidad los desafíos de las sociedades, de la civilización? Ello se verifica en todos los terrenos: política, economía, tecnología, ambiente, cultura. Y al mismo tiempo se comprueba la enorme desproporción entre la velocidad de esos cambios y la capacidad del mundo actual – tanto política como académica – para producir ideas que estén a la altura de esos cambios, generando referencias acordes con los nuevos tiempos. Es este desequilibrio uno de los problemas más graves y complejos de la actualidad: no hay respuestas políticas e intelectuales a la crisis mundial de la economía, las finanzas, los cambios sociales, las tensiones culturales. Por esta razón, a mí me gustaría hoy, en lugar de ensayar una visión de largo plazo, intentar referirme a los próximos años, habida cuenta de lo que los uruguayos venimos haciendo a partir de la severa crisis que padecimos en 2001 y en 2002. Las visiones estratégicas, los grandes lineamientos siempre importan. Pero los años que vendrán próximamente son muy relevantes para la vida de la gente, y en un mundo cambiante y lleno de incertidumbres no es poca cosa.
Para los próximos años, Uruguay puede y debe plantearse como objetivo fundamental el de progresar en su nivel de desarrollo económico y social, así como ser un país de avanzada, y hasta de vanguardia, en aspectos sustantivos de nuestra realidad social. Ello pone en juego cantidades y especialmente calidades, porque se trata de dar un salto en ambos sentidos. Pone en juego al valor económico y a valores humanos; aspectos materiales y espirituales, esto es, los de nuestros fueros internos; riqueza y dignidad en la vida de todos nuestros compatriotas, trascendiendo al mero bienestar ya alcanzado.
Un proceso hacia tal objetivo debe ser visto como un gran cambio cultural, como parte del cual vamos aprendiendo colectivamente a vivir la vida de otra manera. Se trata, en particular, de asumir la diversidad y construir cercanías, cohesión social. Y así nos lo permite analizar el enfoque del universalismo cultural.
¿Es éste un sueño imposible? ¿Estamos hablando de un país ideal? Los uruguayos queremos mucho a nuestro país y a veces pensamos que es único, maravilloso. Esto seguramente le sucede a mucha gente en muchos países del mundo. Y es comprensible. Se trata de un sentido de pertenencia que nos defiende de la enajenación y la pérdida de identidad. Pero los países ideales no existen. Es imposible definirlos e igualmente imposible expresarlos en metas. Es que están siempre en construcción y por eso, lo que importa es el rumbo, la orientación. El día en que pensemos que hemos llegado a ese país ideal habremos matado definitivamente esa posibilidad. La conciencia de que el esfuerzo es permanente y no termina, es lo que le da vida al tránsito hacia el objetivo propuesto, esto es, más altos niveles de desarrollo económico y social.
Lo podemos lograr, principalmente por dos razones.
Nuestra identidad. Los uruguayos solemos autocriticarnos por nostálgicos, en la mayoría de los casos sin preguntarnos por qué lo somos. Sin perjuicio de reconocer que a veces hemos idealizado aspectos y procesos de nuestra historia, somos nostálgicos porque vivimos en un país que supo ser de avanzada en muchos ámbitos fundamentales de la sociedad: la economía, los derechos, la propia sociedad, la cultura, la política, las instituciones, aspectos que hoy están en debate, como la educación y la seguridad. Y ello se puede comprobar desde, por lo menos, la segunda mitad del siglo XIX. Se fue convirtiendo en una sensación colectiva que las distintas generaciones han venido trasmitiendo, transformándola – poco a poco – en una imagen, una cultura. Su origen fue la audacia, la imaginación, la asunción de riesgos, la capacidad de trabajo y de innovación, el sentido profundo del progreso que los uruguayos supimos tener en tantos momentos de nuestra historia y que hoy – en mi opinión – estamos recuperando lentamente y sin asumirlo racional y explícitamente. Pero permítanme concluir esta reflexión diciendo que los uruguayos podemos porque pudimos.
La segunda razón es que a partir de la gran crisis de 2001 y 2002, construimos nuestro propio camino de cambios y de avances, teniendo – naturalmente – tareas y desafíos pendientes. No he venido hoy a hacer un balance de lo que entiendo positivo y lo que aún exhibe deficiencias. Cada uno de nosotros puede hacerlo, incluyendo una identificación de las causas y las consecuencias de lo que ocurrió durante los últimos años. Lo que sí quisiera afirmar es que si los uruguayos no hubiéramos hecho lo que hicimos sería difícil plantearnos ahora un avance hacia mayores niveles de desarrollo durante los próximos años. Lo que estoy sosteniendo es que, más allá de las valoraciones que cada uno de nosotros pueda tener, lo hecho después de la crisis se orientó en la dirección del desarrollo pues supuso transformaciones estructurales fundamentales e imprescindibles, como las que se verificaron en la capacidad de inversión y crecimiento, en la inserción internacional, en la generación de trabajo, en la estructura productiva, en la promoción y la protección de los derechos humanos, en la democratización de la cultura y el papel de esta última en la construcción de cercanías, en el estado colectivo de ánimo y la reconstrucción de la confianza.
¿Hay un modelo a copiar para seguir transitando por este camino? ¿Es simplemente la sociedad del bienestar, tan mencionada y tan en crisis ¿ No creo en los llamados modelos. Se trata de construcciones frecuentemente cerradas e inflexibles. Por otra parte, “modelo” no es un concepto abstracto. Precisamente por su rigidez, se presenta asociado a experiencias fracasadas, como las que se han apoyado en un estatismo dominante, o el reinado irrestricto de las llamadas leyes del mercado, o el de los ajustes fiscales permanentes, con cataratas de impuestos y un gasto público inocuo respecto a las necesidades de la sociedad. Prefiero una definición clara de la orientación – apoyada en valores humanos superiores, como la libertad, la justicia, la democracia, la participación, la prosperidad (que también es un valor humano superior) – y el tránsito paso a paso, sin cortadas tentadoras pero traicioneras, el tránsito en el que cada paso cuenta: ninguno es más importante que el rumbo y cada uno se apoya en la solidez del precedente, de modo que es el conjunto el que asegura la dirección correcta. Esto nos lleva de la mano a la necesidad de fortalecer a las instituciones y las reglas de juego, no para mantenerlas incambiadas, sino para que su propia evolución sea parte de la transformación. En un proceso de desarrollo, la tendencia institucional será – como lo indica una abundante evidencia – hacia la modernización y la especialización.
Uruguay debe mantener esta gran orientación que incluye – tanto la conformación y la profundización de algunas transformaciones esenciales – cuanto la autocrítica imprescindible para encarar deficiencias y corregir errores, de los cuales hay que aprender siempre.
Me refiero a todos los ámbitos de la sociedad que mencioné antes, pero poniendo un énfasis muy especial en las capacidades humana y física del país
La apuesta a la calidad es un lineamiento obligado para el Uruguay y ello tiene que poner en juego un gran esfuerzo en los campos de la educación, el conocimiento, la innovación y el desarrollo cultural
En materia de infraestructura, tenemos desafíos enormes y también habrá que asignarle al avance en materia de transportes, comunicaciones, puertos y energía, una gran dedicación
No se trata de un camino fácil
La lucha contra la burocracia está llena de problemas, lo que- a su vez – tiene mucho que ver con otra gran deuda que tenemos y es la modernización estatal. Pero también importa enfrentar y vencer a la falta de audacia y a la comodidad de no arriesgar, actitudes incompatibles con el rumbo de un país que quiere avanzar
Otra tarea esencial a emprender es la de vencer a la ignorancia de los resultados acerca de lo que se va logrando. No es posible seguir cambiando una realidad que no se conoce. Todos los días percibimos ejemplos al respecto. Déjenme que mencione un par de ellos, que – a su vez – refieren a la afirmación que, no sólo no reconoce cambios hacia adelante en la estructura productiva del Uruguay, sino que diagnostica una primarización de la economía
El primer ejemplo al que deseo aludir tiene que ver con el desconocimiento total acerca del papel que los servicios están jugando en la producción y el comercio. Entonces, se hace un análisis exclusivo del comercio de bienes y se concluye que el país vende fundamentalmente productos primarios. La conclusión está muy equivocada.
Las exportaciones de servicios han tenido un comportamiento muy dinámico, creciendo a una tasa media anual de 22 por ciento en los últimos cinco años, mientras que las de bienes lo hicieron al 16 por ciento.
Además de la modernización de los servicios tradicionales, como el turismo y la logística, a partir de importantes inversiones, es fundamental destacar el papel de los servicios globales, que son el resultado de la tendencia a fragmentar los procesos de producción de los mismos a lo largo y ancho del mundo, posibilitada por el progreso en las tecnologías de la información, la reducción de los costos de las comunicaciones internacionales y la estandarización de procesos. Uruguay ha venido participando en forma creciente y exitosa en esta nueva realidad nacional e internacional.
Muchos de estos servicios atraviesan transversalmente las cadenas de producción de bienes agregándoles valor, por lo general a través del conocimiento. Son intensivos en empleo de calidad.
El segundo ejemplo se refiere al hecho de que, no sólo se ignora el papel de los servicios (sobre todo los globales, que ya están representando la tercera parte de las exportaciones de servicios) sino que se hace un abordaje erróneo de las exportaciones de bienes, ignorando transformaciones profundas en varios sentidos.
Se pone el acento en la naturaleza física del producto, desconociendo la composición de su valor y su nivel de calidad. Así, según este planteo, la soja, el trigo, la carne de hoy son iguales a la soja, el trigo y la carne de ayer, ignorando el importante cambio tecnológico materializado durante los últimos años y los correspondientes incrementos de productividad.
Muchos ignoran la incorporación de un eslabón adicional en la cadena maderera, como es la pasta de celulosa, que definen simplemente como producto primario y desconociendo que su producción se presenta asociada a otros factores generadores de valor, como los biocombustibles, los productos compuestos o biomateriales, los bioquímicos y las nanofibras.
Sería también muy difícil pretender avanzar sin un protagonismo social creciente. Esta es una parte importante de la tarea de un gobierno: crear condiciones para que ese protagonismo crezca a todo nivel y apuntando a toda la sociedad. A los más humildes, sabiendo que son los más necesitados de una agenda de derechos y de oportunidades. A los sectores medios, que más allá de sus niveles de ingreso han sentido la responsabilidad cultural de constituir factores de equilibrio y estabilidad en la sociedad. A los que invierten, arriesgan, innovan y crean trabajo y oportunidades para sus compatriotas.
En este sentido, la UNESCO, en sus conceptos sobre “Nuestra diversidad creativa”, nos ayuda a comprender un planteo de este tipo sobre la peripecia humana: “El desarrollo humano se refiere al individuo, que es tanto el objetivo último como el agente o actor principal….Sin embargo, las personas no son átomos independientes, trabajan juntas, compiten, cooperan, interactúan de múltiples maneras. Es la cultura la que vincula una a otra y hace posible el desarrollo de cada persona.” Esa cultura que, según la Declaración de Friburgo de 2007, “abarca los valores, las creencias, las convicciones, los idiomas, los saberes y las artes, las tradiciones, instituciones y modos de vida por medio de los cuales una persona o un grupo expresa su humanidad y los significados que da a su existencia y su desarrollo.”
Se trata, en realidad de hacer política, en el sentido más elevado y profundo del concepto. Se trata de asumir que somos sujetos de la historia y que la construimos actuando sobre la realidad con objetivos, estrategias y herramientas para influir sobre las conductas de los ciudadanos, lo que es administrar el poder al servicio de esa construcción. Para convocar a dar este paso hay que tener muy clara la importancia de los valores superiores que la inspiran, en cuya definición, la ética está llamada a cumplir un papel fundamental
Hablo de la ética en tanto disciplina relativa a los valores o costumbres que se consideran buenos según la concepción sobre el bien y el mal que existe en una comunidad, a partir de sus principios filosóficos o religiosos, su visión del mundo, sus costumbres. Son las bases de un sistema de normas que determinan la rectitud de las conductas y que atañen al fuero interno, al espíritu de cada uno de nosotros, pero también al estado de ánimo, la confianza, la autoestima.
De esta manera, la libertad, igualdad de derechos, la democracia, la participación, la prosperidad, pueden conformar la plataforma de valores desde los cuales convocar a hacer política. Hablo de la libertad en todas sus dimensiones y expresiones, de los derechos y no de la compasión, de la democracia en tanto ideal universalmente reconocido como derecho fundamental del ciudadano, la participación en toda la cobertura del espacio público, y la prosperidad y no la cultura del pobrismo, porque no se trata de igualar para abajo.
Estoy convencido de que Uruguay avanzará durante los próximos años hacia niveles cada vez más altos de desarrollo económico y social. Podemos porque pudimos, vaya dicho una vez más. Me gustaría invitarlos a realizar un pequeño ejercicio de imaginación. Si hace diez años, el 12 de diciembre de 2003 yo les hubiera dicho que en una década alcanzaremos el más alto ingreso por habitante de la América Latina y el Caribe, luego del período de crecimiento más largo e intenso de nuestra historia y en base a una tasa de inversión que llegará al 22 por ciento, lo cual nos permitirá reducir el desempleo de 17 a 6 por ciento, al tiempo que incrementaremos las exportaciones de 3.000 a casi 13.000 millones de dólares con destino a 140 países, mientras reduciremos la pobreza de 38 a 13 por ciento y la indigencia de 5 a 0,5 por ciento ¿hubieran dado crédito a este pronóstico ¿ Creo que no, y sin embargo fue lo que realmente ocurrió. Pudimos.
Se que la realidad es muy compleja y que también podría invitarlos a otro ejercicio similar. Si el 12 de diciembre de 2003 yo les hubiera anunciado que el presupuesto para la educación pública pasará de 3 a 4,8 por ciento del producto pero con un producto tres veces mayor, al tiempo que tendremos promedios de 40 por ciento de repetición en la enseñanza media, tampoco le hubieran dado crédito.
Pero esta es la realidad. Hay que mirarla toda y no sólo la parte que conviene, la más cómoda. Tenemos que ser conscientes acerca de nuestros problemas porque la ignorancia sobre los mismos puede constituir una dificultad insalvable. Nadie cambia lo que ignora, lo que desconoce. Y nosotros no podemos desconocer que, además de transformar el proceso de formación educacional de los uruguayos, necesitamos un país más seguro y que sepa asignar al cuidado ambiental el protagonismo creciente que merece en el mundo de hoy, sabiendo que – al mismo tiempo – es preciso evitar que se convierta en un factor de parálisis o retroceso.
Podemos porque pudimos, lo que incluye el reconocimiento de todo lo que nos falta. Gobernar es arriesgar. Algunos creen que el principal riesgo es equivocarse. No estoy de acuerdo. El principal riesgo es dejarse llevar por la corriente, sin rumbo. El principal riesgo es paralizarnos y dedicarnos a explicar las dificultades que tenemos que enfrentar. Estoy seguro de que, como sociedad, sabremos evitar esta actitud y dar el salto que podemos y debemos dar, empujados por ese gran estímulo que se llama confianza. UyPress