En últimos tiempo se ha hablado sobre la desaparición definitiva del uso de la corbata y del estilo business casual, por ser prendas que demuestran excesiva formalidad; por ende cada vez son menos los trabajos que exigen este tipo de indumentaria y únicamente sobreviven en departamentos comerciales, consultorías y servicios jurídicos.
Sin duda, olvidarse del traje es más cómodo, pero ¿es positivo para el trabajo? Normalmente, en los entornos laborales la ropa tiene mucha importancia, debido a que una nueva corriente en las escuelas de negocios asegura que, además, la indumentaria que llevamos influye de forma importante en el rendimiento.
En el año 2012, los profesores de la Northwestern University (EEUU) Hajo Adam y Adam Galinsky definieron en un estudio del mismo nombre el concepto de «enclothed cognition» para describir la influencia sistemática que la ropa tiene en los procesos psicológicos del que la porta. Los investigadores concluyeron que los ropajes que asociamos a una profesión concreta hacen que sus portadores estén más concentrados y sean más cuidadosos en su labor.
Para confirmar su hipótesis Adam y Galinsky seleccionaron a 58 estudiantes. La mitad utilizó una bata blanca de doctor y el resto se quedó con la ropa que llevaban de la calle. Tras esto los sometieron a una serie de pruebas para evaluar su capacidad de concentración y agudeza mental. Los que llevaban bata cometieron, de media, la mitad de errores que sus compañeros con ropa de calle.
En un segundo estudio los investigadores dividieron a 74 estudiantes en tres grupos. Todos llevaban la misma bata blanca, pero a unos se les dijo que era una bata de doctor, a otros que era de pintor y a otros no se les dijo nada. Realizaron una prueba de atención en la que se les pidió señalar las diferencias entre dos imágenes. Los que llevaban la bata de doctor lo hicieron significativamente mejor que los otros grupos.
Adam y Galinsky llegaron a la conclusión de que la enclothed cognition funciona en dos sentidos: depende del significado simbólico de la misma pero además de la experiencia física que resulta de llevar esa ropa. «La vestimenta invade el cuerpo y el cerebro, llevando al que la lleva a un estado psicológico diferente», aseguró Galinsky en un reportaje del New York Times.
El atuendo no sólo cambia la forma en que actuamos, además, cambia la percepción que nuestros compañeros tienen de nosotros.
El atuendo no sólo cambia la forma en que actuamos, además, cambia la percepción que nuestros compañeros tienen de nosotros. En un estudio que se realizó en la décadas de los 90, la profesora de psicología de la Universidad de Virginia del Este, Tracy Morris, pidió a un grupo de profesores que utilizaran tres tipo de ropa distinta: una profesional formal (traje oscuro completo) otra profesional casual (pantalón o falda con camisa) y otra «de la calle» (vaqueros, camiseta y zapatillas).
Las personas que más informal visten en la oficina siempre van a tener una peor valoración de parte de jefes y compañeros
Los profesionales en el área de la educación emitieron sus clases con esta ropa y se le pidió a los estudiantes que evaluaran diversos atributos: conocimientos, competencia, carácter, sociabilidad, compostura y extroversión. Morris descubrió, como esperaba, que la competencia, la compostura y el nivel de conocimientos son atributos cuya percepción varía enormemente en función de la vestimenta: los profesores de traje fueron los mejor valorados.
La indumentaria no sólo cambia la manera en qué nos ve el resto, también cambia la forma en que nos vemos a nosotros mismos. La profesora Yoon-Hee Kwon, de la universidad de Illinois del Norte, mostró en una investigación realizada en 1994 que la forma de vestir influye en la valoración de nuestras propias aptitudes.
con información del Confidencial