Muy pocas sustancias habían estado (y están aún) expuestas al señalamiento condenatorio como la fructuosa, variedad del azúcar que puede encontrarse de forma natural en algunos vegetales, todas las frutas y la miel. De hecho, las frutas llevan consigo una combinación natural de fructosa y glucosa y es común que se extraiga de ellas sólo fructosa para generar azúcares alternativos, mejor conocidos como edulcorantes.

 

La diferencia radica en que el organismo humano asimila la glucosa con relativa facilidad e inmediatez, a diferencia de la fructosa que prácticamente es metabolizada por el hígado.

 

En 1980 se publicó el controvertido estudio Distribución de los lípidos de la sangre de los hombres que consumen hiperinsulinémicos de tres niveles de fructosa realizado por el Dr. Sheldon Reiser para el Departameno de Agricultura de los Estados Unidos (USDA por sus siglas en inglés)  quién “denunciaba” que cuando la fructosa llega al hígado, éste se veía obligado a interrumpir su funcionamiento habitual para concentrarse exclusivamente en la metabolización de la fructosa. Luego entonces la fructosa alteraba los lípidos y el ácido úrico, lo que se convertía en un factor de riesgo para la enfermedad cardiovascular.  Además que supuestamente lo anterior generaba un cese en la actividad digestiva habitual del organismo, segregando niveles más elevados de ghrelina en sangre y por el contrario, reduciendo los niveles de insulina y leptina, ambas encargadas de inhibir el apetito mientras que la ghrelina lo fomenta, lo que ha llevado a pensar que la ingesta de fructosa no sacia el apetito sino todo lo contrario. Es así como la fructuosa se ha asociado como un ingrediente protagónico en el problema de la obesidad y sus problemas que suele acarrear como diabetes y otros riesgos cardiometabólicos.

 

Desde entonces y prácticamente durante 30 años, la fructuosa se encuentra en medio de agitados debates cuándo bien le va, porque la mayor de la veces simplemente se condena su funcionamiento natural y se prohibe﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽e va, porque la mayor de la veces simplemente se condena su funcionamiento natural y se prohn periodo de tiempo considíbe tajantemente su consumo sin exponer mucha evidencia científica. Porque lo cierto es que las revistas que difundieron el estudio del Dr. Reiser en la misma década de los 80, como el American Journal of Clinical Nutrition, también publicaron estas puntualizaciones paralelas al estudio:

 

– Los editores subrayan que no debe perderse de vista un consideración minuciosa sobre los efectos de otros macronutrientes, particularmente a carbohidratos, distintos a la fructosa, que se consumen como parte de una dieta diaria,  junto con la fructuosa.

 

– La fructosa rara vez se consume en una forma tan pura, es decir, sin los componentes de otros alimentos, como para forzar al hígado, como si se tratase de alcohol o drogas.

 

– A veces, estos estudios son extremadamente difíciles de interpretar debido a que las cantidades utilizadas en los experimentos son fisiológicamente distintas a las que se usan en la dieta diaria.

 

– De hecho, no sólo la fructuosa: cualquier macronutriente en consumos a niveles extremadamente pueden ser tóxicos.

 

Pero como muchos divulgadores del estudio de Sheldon Reiser prefirieron satanizar antes de leer las anotaciones de los editores del American Journal of Clinical Nutrition, la Unidad de Ensayos Clínicos de la Clínica de Nutrición y Factores de Riesgo del Hospital St. Michael de Toronto, Canadá, realizó un estudio titulado La fructosa vs glucosa ¿diferencias metabólicas importante? cuyos resultados fueron presentados en febrero de 2014 y en dónde se puntualiza que a partir de prácticas de bioquímica clásica se descubrió que no hay diferencias importantes en la metabolización de la fructosa en comparación con la glucosa, es decir, la fructuosa no es una limitante de la glucólisis (vía metabólica encargada de oxidar la glucosa con la finalidad de obtener energía para la célula), lo que le permite actuar como un sustrato no regulado para la lipogénesis (acción bioquímica por la cual son sintetizados los ácidos grasos y esterificados o unidos con el glicerol para formar triglicéridos o grasas de reserva) en el hígado.

El estudio del Hopsital St. Michael de Toronto también arroja una nueva hipótesis sobre la fructuosa y su supuesta relación con la segregación ácido úrico: en contraste con la glucosa, elimina el ATP intracelular que conduce a un aumento en el ácido úrico que a su vez induce un fenotipo de síndrome metabólico.

En cuanto a la idea de que la fructuosa era capaz de incrementar el apetito después de su ingesta, el estudio arrojó que la fructuosa mas bien estimuló la hormona que recibe la señal de saciedad, por lo que la fructosa estimula la insulina y leptina y suprime la ghrelina.

Los investigadores de la Clínica de Nutrición y Factores de Riesgo del Hospital St. Michael de Toronto examinaron 20 ensayos clínicos dónde evaluaron el efecto de la fructosa en los diferentes factores de la salud, incluyendo productos como jarabe de maíz endulzado con fructuosa, los resultados apuntan que si bien la fructuosa puede aumentar ligeramente el colesterol y triglicéridos, en comparación con la glucosa no se pudo encontrar una relación significativa en el aumento del peso corporal y sus complicaciones médicas, como la diabetes.

Además, los autores determinaron que, como se encontró en una investigación anterior, «la fructosa parece generar beneficios sobre el funcionamiento del organismo humano clínico sobre la glucosa» al considerar el proceso del control glucémico. Los resultados del estudio también mostraron que en cuanto la presión arterial, está sufrió las mismas alteraciones/variaciones tanto con la fructuosa como la glucosa. Los investigadores subrayaron el hecho de que la fructosa no dio lugar a riesgo para la enfermedad de hígado graso no alcohólico (EHGNA) en comparación con la glucosa.

Los investigadores llegaron a la conclusión de que la fructosa no es peor que la glucosa en sus efectos sobre los lípidos, insulina y EHGNA y «también pueden tener importantes ventajas para el peso corporal, el control de la glucemia y la presión arterial».