Licenciado en Psicología Fernando Alonso – Psicoterapeuta Cognitivo, escritor del libro “El Enigma de ser Uruguayos” en 2008, y Master en comunicación por la Universidad Católica del Uruguay y el Instituto Universitario Ortega y Gasset, adscripto a la Universidad Complutense de Madrid.

La reeducación emocional es el único “remedio eficaz y duradero”, en contra de esta trágica y contagiosa “enfermedad psicosocial”

La violencia no es un tema nuevo en la historia de la humanidad y en la gran mayoría de los contextos socio-históricos por los que hemos atravesado, existieron siempre, innumerables condiciones que desencadenaron o favorecieron su desarrollo. Su historia es un espiral continuo que se extiende y llega hasta nosotros, para transversalizar sociedades, estructuras, sistemas, colectivos e individuos. Pues la violencia no se origina o se termina en el instante en que sucede, ni en las personas que la ejercen o en quienes la padecen. El abordaje de la problemática de la violencia contrapone dos conceptualizaciones, una que resalta la noción del ‹‹uso del poder o la fuerza para intimidar o dañar a alguien›› y una conceptualización más ampliada que considera a la violencia como ‹‹una negación del otro››. En esta última, se afirma que toda violencia surge en un acto relacional, en el que la subjetividad de la víctima es negada o disminuida, tratándosela como un objeto y a la que ‹‹se le niega la calidad de sujeto››. No se la reconoce y respeta, en tanto ser capaz de actuar creativamente, de construir su propia existencia, de estar en relación con los demás y de convertirse en actor reconocido por otros. Reciben el trato de ‹‹un simple objeto de descarga››, potencialmente merecedor de castigo e incluso de eliminación. Esta subjetividad negada o disminuida por la violencia, puede llegar a constituirse en un impulso, que con el tiempo empuje a la víctima a manifestarla y actuar también de manera violenta.

¿Qué formas y modalidades adopta la violencia?

En la actualidad definimos la violencia, como el uso intencional de la fuerza o el poder de hecho, o bajo la forma de amenaza, para causar lesiones, daños, trastornos del desarrollo o privaciones. Es por tanto una interferencia física, sexual, psicológica, económica o patrimonial que ejerce un individuo o un grupo de individuos sobre terceros y a los que les genera alguna clase de conmoción, perjuicio o pérdida. Dependiendo de los destinatarios de las afectaciones sufridas, la violencia puede clasificarse en: violencia autoinfringida (lesiones e intento de suicidio), violencia interpersonal familiar (dirigida hacia menores, pareja y ancianos fundamentalmente), violencia interpersonal comunitaria (ejercida entre personas sin parentesco) y violencia social (ejercida hacia colectivos específicos, por sus características ideológicas, étnicas, raciales u otras). Si bien la violencia tiene un origen multicausal, todos los factores que la favorecen u originan, pueden ser enmarcados en dos categorías o modalidades: ‹‹una activa y otra reactiva››

La modalidad activa de la violencia posee como elemento distintivo: el deseo de conquista, la búsqueda de dominación, explotación, sometimiento psicológico, sexual y físico de terceros y/o la extracción de sus bienes materiales. Engloba a un conjunto de situaciones en las que los victimarios utilizan ‹‹la violencia como un medio validado para la consecución de sus intereses›› de dominación y explotación simbólica y material de las víctimas. Se trata de una concepción de la violencia desde una perspectiva instrumental, en donde las guerras, los imperialismos y el colonialismo, han tenido mucho que ver en su incremento y en la instauración de pautas de comportamiento que conducen hacia la violencia generalizada.

La modalidad reactiva de la violencia posee otro grupo de factores determinantes para su desencadenamiento: la percepción del dolor, tanto físico como emocional, la exclusión, la humillación y el rechazo social. En esta clase de situaciones la descarga de la violencia ‹‹no es un medio para, sino una especie de purga de la frustración por el dolor y el daño recibidos››, constituyéndose por tanto, en un fin en sí mismo. Se trata de los efectos colaterales del daño, consecuencia de los ataques que ha experimentado una persona o un grupo social y que se activa en quienes los padecieron. Son respuestas agresivas y violentas, que no siempre van en contra de las personas consideradas responsables de ese dolor, ya que suele sufrir desplazamientos temporales y espaciales en su manifestación. Recayendo ocasionalmente sobre otras personas, en circunstancias que nada tienen que ver con quienes o en donde se originaron,  determinando que‹‹la víctima ahora, se transforme en victimaria››. Entonces, la espiral se desarrolla con cada vuelta de acción y su respuesta, determinando un incremento y posiblemente, una violencia cada vez más dañina.

¿Cuáles son los componentes de la violencia?

Existen tres características generales que suelen encontrarse alrededor de su génesis.

Distanciamiento: Refiere al hecho de que en el desarrollo de la violencia y  para que al agresor le resulte más fácil ejercerla, es necesaria cierta distancia psicológica o moral entre él y la víctima. De ahí la descalificación del otro, su ‹‹desvalorización, cosificación y negación como sujeto››, para precisamente poder justificar la agresión, y lograr ese distanciamiento moral que lo insensibiliza e internamente lo exime de culpas.

Desplazamiento: Como ya adelanté al hablar sobre la violencia reactiva, los actos agresivos y de violencia suelen cambiar el objeto y el punto temporal de su manifestación y lejos de desencadenar una reacción hacia el causante del agravio, termina por ‹‹descargar su frustración en otras situaciones o personas que nada tienen que ver con su origen››. Tal es el caso, de un niño víctima de maltrato por parte de sus padres, frente a los que no puede reaccionar para su legítima defensa y en cambio, termina canalizando la agresividad hacia sus compañeros de escuela o maltratando a su propia mascota.

Imitación: El aprendizaje social de la violencia considera que la adquisición de comportamientos violentos, se da por medio de su imitación en las edades tempranas del desarrollo. Quienes hayan vivido situaciones de violencia en sus entornos íntimos, aun cuando no hayan sido el objeto directo de la agresión, terminan por ‹‹naturalizar, normalizar y legitimar, el acto violento››. No olvidemos que los valores no se trasmiten con el precepto, sino por medio del ejemplo. Y cada vez que un niño presencia una situación de violencia, está internalizando un repertorio de actos violentos, pasibles de ser utilizados en el futuro, como respuestas válidas a determinadas circunstancias. Solo bastará el surgimiento de ciertas variables que no pueda manejar, para que su frustración aflore en forma de violencia.

3 Estrategias para prevenir la violencia social

Las causas de la violencia pueden hallarse en la matriz misma de las sociedades, y por tanto,  ‹‹la reeducación emocional es el único “remedio eficaz y duradero”, en contra de esta trágica y contagiosa “enfermedad psicosocial”››.

1). Incremento de los Espacios de Sensibilización: Sensibilizar implica atender las violencias desde las raíces socio-históricas que las generan. El objetivo es que los miembros de un grupo, comunidad o sociedad ‹‹dejen de percibir a los actos de violencia como legítimos o justificables››, mediante el mecanismo de la pseudoracionalización, frecuentemente utilizado tanto por las víctimas como por los victimarios, que buscan otorgarle a la violencia algún sentido, ya que ayuda a los primeros a soportar los males recibidos, y le permite a los segundos liberarse de las culpas.

2). Programas de tratamiento y reeducación psicoemocional: Consiste en una medida innovadora para implementar, tanto en el caso de personas que maltratan como para el de aquellas que fueron maltratadas, con el objetivo de ‹‹evitar la reproducción o perpetuación del modelo de la agresión››, ya que la violencia es un círculo que se retroalimenta a sí mismo de manera continua. Dichos programas apuntarían, por medio de un trabajo grupal, a tratar los roles (de género, parentales, conyugales, etc.), a enseñar aptitudes de enfrentamiento del estrés, la ira, y el manejo de la ansiedad, a asumir la responsabilidad por los actos propios y a expresar los sentimientos a los demás.

3). Implementación de Políticas Educativas Públicas: Por encontrarse fuertemente arraigada en todas las sociedades, la problemática de la violencia es prioritario abordarla desde las bases, mediante la implementación de programas de estudio y ‹‹desarrollo de la Inteligencia Emocional›› en el seno de las Instituciones Educativas. Existen capacidades emocionales que pueden desarrollarse y que en buena medida, activan los mecanismos inhibidores de la violencia. Una de ellas es la empatía, que nos lleva a ponernos en el lugar del otro, y nos acerca a percibir o sentir el dolor y el sufrimiento, del que puede haber sido objeto una víctima, y tiende a limitar o eliminar el comportamiento violento. En la misma línea que la empatía se encuentran otras cualidades como: la afinidad, el sentido de unidad y la idea de fraternidad universal, la solidaridad, el ejercicio de la bondad y el amor por la vida y sus bellezas, entre otras; tendencias todas, que una vez desarrolladas a través de estas políticas educativas, poseen la fuerza para frenar, limitar y desarticular la violencia en todas sus formas.